Capitalismo en crisis. Todo cambia para que nada cambie.
Por estos días el despliegue “informático” de la prensa mundial nos anuncian “nuevos” caminos salvadores para la crisis que soportan miles de millones de proletarios.
La noticia dice: La semana laboral de cuatro días reduce el estrés y aumenta levemente la productividad. El ensayo “organizado” por 4 Day’s a Week Campaingn (Campaña por los cuatro días a la semana), uno de los proyectos piloto más grandes del mundo sobre este tema y en el que participaron 2900 empleados de 61 empresas en el Reino Unido, ha tenido un impacto positivo en todo sentido según señala DW el 22/02/23. Recordemos que en varios países se viene haciendo la experiencia y la misma prepara nuevas pruebas.
No menos importantes es la política de Nearshoring (Localización de empresas en países que están cerca de mercados centrales) a partir de la crisis capitalista de superproducción.
A modo de ejemplo: en México, Nueva León, se han desplegado parques industriales gigantescos en cortos períodos de tiempo para relocalizar empresas de todo origen, fundamentalmente de origen chino, para exportar a EEUU. En ese camino de nuevos asentamientos industriales también están los países caribeños.
Otro aspecto central a tomar en cuenta es el papel que EEUU está jugando con su ley de IRA en donde destina miles de millones de dólares para inversiones “verdes”.
En fin, semana a semana hay ciertas tendencias que se vienen afirmando a pesar de todo el amarillismo que se sucede día tras día en los medios hegemónicos del capital financiero.
Pero veamos un poco. Las tres “noticias” que proponen una salida por la clase dominante implican mayor productividad. En la encuesta realizada en Inglaterra las empresas destacaron la mayor productividad lograda y que la mayoría de ellas seguirá esa experiencia.
Nada dicen del pensamiento del trabajador. Mayor productividad significa mayor intensidad del ritmo en cada puesto de trabajo. O sea que ciertas conquistas logradas en esas plantas fueron avasalladas con el “cántico” de la reducción de un día de trabajo. Entre otras medidas adoptadas se cortó el diálogo entre trabajadores para disciplinar la dinámica de la producción.
En el segundo ejemplo se ve en profundidad el por qué la globalización no tiene vuelta atrás. Adopta otras formas, otras metodologías, se adapta a la crisis capitalista, pero todo sobre la base de la búsqueda de una mano de obra barata y que a la vez reduzca una serie de costos, entre ellos, el flete que garantice una producción en tiempo y forma.
Esta política que está ganando terreno universalmente lleva en su seno todo un proceso de concentración económica y de centralización de capitales a gran escala.
La Ley IRA es resistida por varios monopolios instalados en Europa. Particularmente en Inglaterra se está de punta con EEUU aduciendo que esa Ley cierra los mercados y advierten que en esa “guerra comercial” tiene todas la de perder con China (declaran oficialmente).
Pero de lo que no se habla respecto a esta administración norteamericana es que su crisis política interna no termina de definir un plan estratégico. No es menos cierto que hasta hace muy poquito en China su política era COVID 0 y la lucha de clases puso en su lugar la “nueva” estrategia.
Sea relocalización, sea nearshoring o como se lo llame, es la búsqueda permanente de achatar el salario y lograr una mayor productividad.
Alemania no queda atrás. El gobierno federal quiere contratar trabajadores calificados a través de centros de migración en África y Asia. En Alemania se ha resuelto “amigarse” con África y con ciertos países asiáticos. Y para ello la relocalización de emigrantes del mundo por esas tierras del continente negro tendrán “un mejor y nuevo destino”. Se acordó con siete países de ese continente relocalizar trabajadores y trabajadoras formados en Alemania para inaugurar nuevas fábricas y disciplinarlos a los monopolios.
Es la misma política de China por otros medios para garantizar que su producción no esté atrapada en “sanciones” impulsadas por la ONU, cuyo objetivo es transformar ese continente en la nueva fábrica del mundo.
No importa entonces el Made in China, o el Made in Alemania. Lo que importa es la ganancia, que significa acercar la materia prima a la producción industrial en épocas de elevadas luchas interimperialstas, y de cómo asegurarse una porción de esas fuerzas productivas en danza.
La caída de la tasa de ganancia en el sistema capitalista se acentuó en los años 60, pero esa cuestión no solo sigue sin resolverse, sino que -por el contrario- se agudiza constantemente.
Por un lado, se necesitan ingentes capitales para sostenerse en la competencia intermonopólica y por otro lado se necesita agilizar la explotación de mano de obra a salarios más bajos a miles de millones de proletarios que hoy viven miserablemente.
Las “buenas noticias” de los movimientos anunciados por la clase dominante están basados en la superexplotación y curiosamente se hace caso omiso a las actuales condiciones de trabajo en los países destinatarios de las nuevas inversiones directas de los grandes capitales.
Las malas noticias es que esa guerra interimperialista está atravesada por la lucha de clases en un ascenso constante, en donde el proletariado industrial va dando fuerte resistencia global.