La teoría revolucionaria es parte indispensable para la lucha del proletariado. Lenin afirmó con mucha razón que sin teoría revolucionaria no hay revolución.
La burguesía, ataca permanentemente toda idea de cambio del sistema y con ello, a la teoría revolucionaria, denostándola o mediante el ardid de deformarla.
El marxismo es la teoría revolucionaria del proletariado y por esa razón es que la clase capitalista insiste en deformarla con distintas expresiones. Cuando esas deformaciones entran en las mentes de la clase obrera a través de la propaganda burguesa o de activistas de ciertos sectores de izquierda que las portan conscientes o inconscientemente, se convierten en un freno que hay que combatir en forma decidida y sin dudar un momento, pues de lo contrario actúan como dique de contención del proceso de emancipación de la clase obrera y de los sectores populares oprimidos.
Uno de los caballitos de batalla que utiliza la burguesía y sus intelectuales a sueldo es afirmar que “El marxismo es una idea entre muchas y, por lo tanto, no es ni más ni menos importante que otras”. Es más, afirman que es irrealizable.
Este planteo diluye el carácter científico del marxismo. Lo pone al nivel de cualquier idea burguesa y de dogmas que se repiten con carácter religioso.
Las y los revolucionarios debemos levantar bien alto el carácter científico del marxismo. Marx descubrió las leyes que rigen el movimiento de las distintas sociedades que se produjeron en la historia cuyos cambios se basan en el modo en que los seres humanos se asocian para producir y reproducirse.
Con ello, descubrió que el eje alrededor del cual giran las diversas organizaciones sociales y políticas es de base económica y que las relaciones sociales son relaciones de producción en donde el papel que cada grupo humano cumple en dicha producción determina la existencia de clases sociales (una que se apropia y otras que son expropiadas) que disputan entre sí en forma permanente.
De tal manera, pudo llegar a la conclusión de que los intereses objetivos de las clases productoras y las que viven del trabajo de aquellas son opuestos e irreconciliables y que esta contradicción es la que le da movimiento al desarrollo histórico, por lo cual llamó a esta contradicción lucha de clases calificándola como el motor de la historia.
Con ello comprobó que las sociedades, es decir, la forma en que se organizan las mismas, se conforman a imagen y semejanza de la que tiene el poder que no es permanente ya que la clase que representa el modo más avanzado de la producción, en un proceso de lucha, desplaza a la que hasta ese momento lo ostentaba constituyendo un nuevo poder y una nueva sociedad a su imagen y semejanza. De tal manera, cada sistema tiene origen, desarrollo y decadencia hasta su desaparición.
En definitiva, no hay durabilidad infinita de ningún tipo de sociedad.
Comprobó también que las mismas sociedades durante su existencia albergan los gérmenes de su propia desaparición de la mano que va expresando ese modo de producción superador abriéndose paso hasta imponerse a las viejas formas. Todo este proceso va dándose en forma en forma ineludible con enfrentamientos violentos en contra de las clases privilegiadas que se resisten a perder sus privilegios.
Es por ello que Marx llamó a la violencia, la partera de la historia.
Teniendo todos estos elementos a la vista, y habiendo comprobado que los mismos se repetían en todo el proceso histórico Marx demostró que la historia era una ciencia que podía explicar con certeza la vida pasada de los seres humanos, la vida presente y la tendencia hacia el futuro.
Ninguna filosofía, historia, sociología y teoría económica pudo explicar esto más que el marxismo y, por lo tanto, el mismo Marx y su colega y amigo Engels sentenciaron que a partir de este descubrimiento la filosofía consistiría no solo en explicar el mundo sino en transformarlo. Pues desde este punto, la humanidad, a partir de allí, cuenta con la herramienta para poder, en forma consciente, modificar las relaciones de producción y de cambio y, con ellas, la organización política, jurídica e ideológica de la sociedad.
Al ser una ciencia, el marxismo no puede ser descendido al escalón de cualquier idea. Por eso no debe ser comparado con ellas. De la misma manera, el partido político revolucionario del proletariado con la ciencia en sus manos tampoco puede ser comparado con cualquier partido político burgués o de sectores medios. Eso la burguesía lo sabe bien, pero al hacerlo está intentando protegerse de los fundamentos incuestionables que demuestran su límite histórico y con él, la irremediable caída de sus privilegios.
Por eso falsea la realidad, la historia y la tendencia inexorable del porvenir humano.
Ahora, la inexorabilidad no implica determinismo histórico con pelos y señales que nos permitan calcular el momento en que el sistema capitalista caerá.
Por el contrario, la caída deberá ser obra de la acción revolucionaria de la clase obrera en unidad con los sectores populares. El partido de la clase obrera con la teoría científica revolucionaria en sus manos tiene el deber de ir señalando el camino que la misma debe transitar hasta lograr su emancipación.
Todo lo dicho demuestra claramente que las ideas científicas de la revolución no pueden esperar ni un instante para ser puestas en manos del proletariado más avanzado capaz de constituirse en vanguardia revolucionaria de su clase. Quien afirme lo contrario se pone del lado de la reacción, es decir, de los intereses de la burguesía. Ésa es una de las tareas indelegables del Partido que no pueden esperar supuestos “mejores momentos”.