Hablemos de clases, de lucha de clases


Por estos días de campañas electorales que se caracterizan por una mediocridad absoluta, se ha acuñado una nueva “categoría” que vendría a definir un, digámoslo así, grupo social, denominado la generación diezmada.

Aquellas personas que provienen de familias víctimas del genocidio perpetrado por la dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983, vendrían a representar a una porción de la sociedad y, ello mismo, definiría sus conductas políticas. Poco importaría el papel que juegan individual y socialmente de acuerdo a su ubicación en el modo de producción capitalista; el solo hecho de su procedencia bastaría para definir su trayectoria política, los intereses que representa, el proyecto que defienden.

Es sabido que la dictadura dejó secuelas terribles en millones de familias argentinas. El terrorismo de Estado provocó que abuelas, madres e hijos de desaparecidos y desaparecidas debieran organizarse para denunciar las atrocidades cometidas y para conocer el destino de sus familiares. Eso es patrimonio exclusivo de la lucha del pueblo argentino por sus derechos políticos y es imprescindible reivindicar ese proceso.

Dicho esto, es necesario advertir algo que no es nuevo. La burguesía, en su siempre denodada intención por confundir y tergiversar, emplea definiciones que apuntan a negar la existencia de las clases que actúan en la sociedad para, desde allí, negar la lucha de clases.

Que una mujer o un hombre que milita en política provengan de familias víctimas de la represión no define absolutamente nada. Lo que define a los individuos es el papel que cumplen en la producción, en la organización social determinada por el modo de producción existente. A partir de allí, las conductas políticas que se asuman representarán intereses de clase concretos, reales, que no están mediados por su origen.

Lo mismo se puede decir si se pensara que una persona, por provenir de una familia que llevó adelante su vida en la pobreza, al llegar a una instancia de participación política va a ser un representante de los “pobres”. Se termina así desclasando la acción política y, en definitiva, se termina entendiendo dicha acción como parte de una contienda que nunca va a cuestionar el dominio de una clase sobre otra y, por lo tanto, se esconde la lucha de clases.

La contienda clasista tiene protagonistas bien definidos. El antagonismo entre burguesía-proletariado es lo que realmente define esa contienda mientras exista el modo de producción capitalista. A partir de allí, las clases fundamentales se ven envueltas en un proceso de luchas y enfrentamientos que van determinando el curso de los acontecimientos históricos. Allí los individuos actúan de acuerdo a de qué lado de la trinchera deciden estar, qué intereses defender o atacar. La aspiración de la llegada de individuos que actúen como redentores de la sociedad, dejando de lado el papel que desempeñan en la lucha de clases, apunta a mantener a las masas explotadas y oprimidas bajo el yugo de la dominación de la burguesía.

De acuerdo con esta premisa objetiva los partidos políticos y sus dirigentes llevan adelante programas que están atravesados por ese antagonismo. No existen términos medios ni orígenes que puedan definir las cosas. De hecho, la historia está plagada de ejemplos de individuos provenientes de familias explotadas que terminaron defendiendo los intereses de los explotadores y viceversa; individuos que provenían de familias explotadoras y que asumieron los intereses y la lucha de los explotados.

El tener que referirnos en pleno siglo XXI a la vigencia de la contradicción fundamental burguesía-proletariado, y a la existencia objetiva de la lucha de clases, nos da la magnitud de hasta dónde la burguesía es capaz de intentar desviar la contienda y que las fuerzas revolucionarias debemos enfrentar sin respiro. De la necesidad permanente de presentar una lucha ideológica y política inflexible contra las posiciones reformistas y populistas que profesan la conciliación de clases o, peor aun, la inexistencia de clases con intereses antagónicos que sólo podrán resolverse a favor de una u otra a partir de asumir esta realidad objetiva y actuar en consecuencia.

Es decir, que la clase explotada y oprimida sólo podrá dejar de serlo si asume la defensa y la lucha de sus intereses históricos desde la independencia política que niegue cualquier vínculo o expectativa con propuestas que, más allá del ropaje y el discurso que muestren, o los individuos que la encarnen, tienen como objetivo la defensa y el sostenimiento del sistema de dominación.

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Un comentario sobre «Hablemos de clases, de lucha de clases»

  1. Gran aclaración en momentos en que una vez mas tratan de instalar la idea de que la «generación diezmada» por poco es el Sujeto transformador de la realidad, nada mas alejado de ello. Muy buena la nota.

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