Las elecciones y “el problema” del Estado


A escasos 4 días de una nueva encuesta nacional que pagamos todos (las PASO), en donde los representantes políticos de las distintas facciones de la burguesía han manifestado (una vez más) la profunda crisis política en la que están inmersos, los medios de desinformación parecen dispuestos a darle aire a algunos debates que, si bien no son nuevos, merecen que nos detengamos.

Frente a las promocionadas exclamaciones “disruptivas” del candidato Milei (revoleando ministerios pegados en un pizarrón o tachando el Conicet de una cartelera diciendo que no sirve y que hay que privatizarlo) aparece sobre la mesa “el problema del Estado”. (1)

Y si bien es cierto que puede dar la sensación que el debate que se plantea (respecto a si necesitamos “más o menos Estado”) nos haría “retroceder”, las y los revolucionarios debemos aferrarnos a los principios e ir a fondo. No callarnos nada es aprovechar la situación de efervescencia pública respecto a esto para plantear a nuestros compañeros y compañeras de trabajo y de estudio, a nuestros vecinos y familiares, cuál es en realidad el problema de fondo, por qué estamos como estamos y por dónde pasan las mentiras discursivas de estos “mesías” del liberalismo vernáculo.

Uno de los elementos de subsistencia de este sistema capitalista decadente es –justamente- esconder el papel del Estado. Esconder que el mismo surgió con la aparición de las clases sociales y que es un instrumento de opresión de la clase dominante sobre el conjunto de las clases desposeídas. O sea: de la burguesía apropiadora que oprime a la clase productora y, más allá de las formas que adquiera en cada coyuntura, es una dictadura de una clase sobre otra.

El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables” decía Lenin.

Desde el surgimiento de la gran industria capitalista y la libre concurrencia, la burguesía consolidó el Estado Nación para garantizar la obligada centralización política que era provocada por la centralización de los medios de producción y la concentración de la propiedad en pocas manos, al tiempo que grandes masas de población se aglomeraban en las ciudades.

Desde aquella época a nuestros días mucha agua corrió bajo el puente. Y las formas del Estado fueron adecuándose al ritmo del desarrollo del modo de producción capitalista. Pero en ninguna circunstancia ese Estado ha dejado de existir ni de cumplir su principal papel: garantizar la dominación.

A veces se lo intenta presentar como “árbitro” entre las clases (como si se pudiera conciliar lo irreconciliable), otras veces si está más “ausente” o más “presente”; si hace falta más o menos intervención estatal en la economía, en la salud o en la educación, etc.

Todo esto es una deliberada manipulación de la realidad, porque de lo que estamos hablando es que el Estado siempre es un instrumento al servicio de la clase en el poder.

Lo que en verdad importa es qué clase se encuentra al frente del aparato estatal, y el carácter que adquiere esa dominación clasista. Por supuesto que de esto nadie habla en los raides televisivos que padecemos por estos días.

A finales del siglo XIX y principios del XX el surgimiento de los monopolios termina con el capitalismo de la libre concurrencia, transformándolo en capitalismo monopolista. Con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, Lenin estudia y demuestra que el capital monopolista se funde con el Estado, dando origen al Capitalismo Monopolista de Estado (CME).

El surgimiento de los monopolios hizo surgir a una oligarquía financiera, por lo que ya no era toda la clase burguesa sino esa elite la que tomaba las riendas políticas y el dominio estatal. En estas diferentes fases, la burguesía al frente del Estado pudo haber destinado más o menos recursos a la salud o la educación; pudo el Estado ser dueño de más o menos empresas industriales o de servicios; pudo haber intervenido más o menos en la economía; pero el carácter clasista del Estado se mantuvo inamovible, como inamovible se mantuvo la existencia antagónica de las clases.

Ejemplos sobran en la Argentina. Si hablamos de recursos naturales (como el petróleo o la minería) tenemos monopolios trasnacionales explotándolos y utilizando todas las palancas que necesiten del aparato estatal para obtener las normas que legalicen el brutal saqueo que realizan. O los permanentes subsidios a determinadas ramas de la producción (automotrices o agroindustria, por ejemplo) que reemplazan las inversiones que los monopolios no realizan de sus propios bolsillos, pero de las que son exclusivos beneficiarios.

Todo es ganancias y más ganancias para unos pocos parásitos.

Allí es donde están los multimillonarios recursos que no se destinan a la salud, a la educación, a la seguridad…  La corrupción y “las cajas” de la política (totalmente impresentables, por supuesto) no significan más que un vuelto al lado del saqueo interminable que nos vienen haciendo los monopolios con la total anuencia de un Estado a su servicio, dejando desprotegidas a millones de personas.

Tratándose de capitalismo, la ganancia está por sobre todas las cosas.

Si hay que ir por más “estatismo” o debemos alejarnos definitivamente de él es, en definitiva, una discusión que la clase burguesa nos mete por la ventana, con la intención de que terminemos discutiendo si el Estado es más o menos “bueno o malo”, y no sobre quiénes son los dueños del Estado y cómo se sirven de él para garantizar el sometimiento del conjunto del pueblo.

Para los “campeones del libre mercado”, “la libertad” y la propiedad privada, el Estado burgués (más chico, más grande o más mediano) seguirá siendo una herramienta fundamental para implementar sus planes, que no son otra cosa que profundizar el ajuste sobre la clase obrera y el pueblo oprimido. Las bravuconadas que hablan de hacerlo “desaparecer” son fulbito para la tribuna y carecen de cualquier sustento material. Ellos lo saben. Que no lo digan es una maniobra que busca perpetrar un engaño que las y los revolucionarios debemos desenmascarar.


(1) A titulo ilustrativo (y según lo que vocifera) el candidato Milei «dejaría» funcionando solamente los Ministerios de Economía, Relaciones Exteriores y todos los otros ministerios que tienen que ver con el papel represivo del Estado burgués (Defensa, Seguridad Interior, Justicia e Interior)

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