Los momentos de crisis aguda como la que estamos atravesando obligan a tener la mayor certeza posible respecto de la táctica inmediata y cómo la misma, a la vez que es una guía para la acción, es una herramienta que nos permita intervenir en los acontecimientos con los cambios que en los mismos se van produciendo producto de la lucha de clases.
La crisis es de tal envergadura que empieza a mostrar una profundidad que se irá agravando y las conductas de las clases ante la misma.
Por el lado de la burguesía, el gobierno de Milei es cabal expresión de la crisis capitalista y de las fuerzas políticas del sistema. Sus intenciones son llevar adelante medidas que permitan a los más concentrado de la oligarquía financiera atenuar la caída de la tasa de ganancia y, de ese modo, obtener mayores beneficios y mejores condiciones para la competencia inter monopolista a nivel mundial.
En ese camino, se lleva puesta a toda la institucionalidad de la democracia burguesa. El DNU que deroga y/o modifica cientos de leyes pone de manifiesto la inacción del parlamento; ante semejante medida, cualquier parlamento que se precie hubiera rechazado de plano la iniciativa y obligado al gobierno a negociar. Ello no ocurre porque las fuerzas políticas de la burguesía se han atomizado a tal grado, hay tal nivel de dispersión y de intereses cruzados, que lo vuelve una cáscara vacía. Y hace concluir a importantes sectores de masas, una vez más, que ese parlamento es absolutamente inútil a la hora ya no de defender los intereses del pueblo trabajador sino la propia institucionalidad de la burguesía.
La burguesía monopolista sí tiene un punto en común: el ataque a las conquistas obreras y el avance sobre las mismas. Como lo hemos dicho, gran parte del triunfo de este plan depende de que la clase de vanguardia acepte una rendición sin condiciones.
Sobre este aspecto debemos referirnos al papel de la “renacida” CGT. Es indudable que sus dirigentes lo único que quieren negociar son las medidas que afectan sus intereses materiales, sus negocios. Ellos son parte de la burguesía y de los mismos. Pero al mismo tiempo se ven obligados, por una creciente presión de las bases trabajadoras, a tomar iniciativas (aun las más vergonzantes como la de presentar un recurso en la justicia) pero esquivando otras definiciones que tales bases exigen, como el llamado a una huelga nacional.
Aquí hay una primera apreciación que debemos hacer en relación a la táctica. Impulsamos la acción independiente de la clase obrera con un programa propio basado en la organización desde abajo en unidad con el resto de la población afectada, con el objetivo inmediato de derrotar el plan del gobierno.
Nosotros no le pedimos a la CGT un plan de lucha. Pero allí donde aparezca ese reclamo debemos dar el debate abierto y franco respecto de que nuestro destino no puede depender de confiar en esas acabadas direcciones traidoras.
Ahora bien, también existe todavía muchas veces en el seno del proletariado una tradición, una cultura, una debilidad de fuerzas orgánicas propias que hacen concluir que las medidas deben ser tomadas desde arriba. Aquí no podemos hacer una cuestión de principios. Simultáneamente con el debate mencionado debemos acompañar ese proceso desde nuestra propia táctica.
Es decir, no esperemos ni dependamos que ellos llamen a una huelga, preparémosla nosotros, sigamos organizando las fuerzas desde abajo. Ello mismo les dará una mayor fortaleza a las medidas, la participación de las y los trabajadores que las estructuras sindicales niegan. Más todavía: ahora estarían convocando a un paro general de 12 horas para el 24 de enero… Si la lucha es traicionada por las dirigencias sindicales, la organización de base será la única que estará en condiciones de garantizarla, de que tal traición no se convierta en una derrota para la clase.
Desde nuestra táctica también debemos contemplar la creciente resistencia de otros sectores de clase que se viene manifestando. Los cacerolazos, las manifestaciones locales, son un fenómeno que va a multiplicarse. Ese es un terreno inmejorable para que, desde nuestra conducta política, grupos de obreros de base convoquen y participen de esas experiencias en forma organizada, con consignas políticas y reivindicativas que apunten a la unidad efectiva de la clase obrera y el pueblo.
Allí donde se den estas condiciones, o donde puedan crearse, las y los revolucionarios debemos tener en claro que esta participación de contingentes obreros, por pequeños que sean, es la forma directa de que la clase de vanguardia comience a hacer una experiencia de participación política. Y, al mismo tiempo, que imponga su impronta y logre en los hechos la hegemonía sobre el resto de las clases movilizadas.
La aplicación de la táctica debe estar sujeta a los nuevos fenómenos que se irán produciendo. Lo que debemos tener claro es que su ejecución es condición para que el Partido revolucionario comience a materializar en concreto la disputa de la dirección política de este nuevo proceso. Que así estamos aportando al avance de la conciencia política de la clase obrera; estamos experimentando junto a ella los vaivenes de la lucha en el plano político; vamos convenciendo de la necesidad que la clase juegue su papel como dirección del resto de las clases para no caer en nuevas frustraciones.
Debemos afrontar este proceso actuando a la ofensiva en el plano político, ideológico y organizativo. Con el objetivo de capitalizar en esta etapa la acumulación de fuerzas logradas en fuerzas orgánicas partidarias, dar un salto en la construcción del partido de la clase obrera.
Y no hay mejor manera de hacerlo que no sea actuando e interviniendo en la lucha de clases abierta con una táctica que se propone poner un mojón, como solemos decir, clavar estacas que nos permitan materializar el proyecto revolucionario. Cada experiencia que realicemos, más o menos exitosa, debe tener ese norte.