“La libertad se logra sin la regulación estatal” (“mi libertad termina cuando comienza la libertad de otro”).

(6ª nota sobre las mentiras burguesas)


Muchas son las voces empresariales y analistas económicos y políticos que han aseverado semejante idea denostando la regulación que ejercen los Estados sobre precios, aranceles y reglamentaciones sobre el comercio exterior, etc.
En nuestra crítica a esta gran mentira burguesa, lo primero a destacar es que el Estado que regula, es el de la clase burguesa, súper minoritaria, a la que pertenecen los mencionados personajes. Se quejan de ciertos controles (a los que individualmente sienten que les reducen las ilimitadas aspiraciones de ganancias y/o las vías y metodologías para obtenerlas), hablan de la falta de libertad, pero no se quejan del férreo control que el Estado ejerce sobre las vidas y suertes de las grandes mayorías populares. Las reglamentaciones estatales le sirven a la burguesía en su conjunto para el sostenimiento del sistema, aunque esas reglamentaciones les afecten a algunos sectores más que a otros.
Las protestas de ellos, no las lanzan nunca en lo referido a bajas o estancamientos de salarios, jubilaciones y pensiones o a recortes de derechos políticos de los sectores populares.
Pero vamos al tema de la “libertad” que es lo que estos señores argumentan en contraposición a las regulaciones y otras yerbas. El último campeón de este emblema es el actual presidente Milei quien resalta la libertad del ser humano como la panacea a la que se alcanza sobre el pedestal de la propiedad privada, la competencia y el respeto al límite que impone la libertad del otro: “la libertad de cada uno termina cuando comienza la libertad del otro” (si quiero emprender con mi propiedad capitalista en los marcos de la ley vigente, nadie me tiene que poner límites; si quiero transitar por la calle no lo debe impedir ninguna manifestación; si quiero que mi empresa funcione no me lo tiene que impedir ningún paro; si quiero ganar dinero legalmente no tiene que limitarlo ninguna reglamentación estatal).
Todas estas ideas que estos señores oponen a los controles del Estado aparecen, a la luz del sentido común que ha impuesto la clase dominante a lo largo de cientos de años de dominio social, como una lógica irrefutable.
Tal como siempre lo afirman, el fundamento de esa “libertad” es la propiedad privada. Pero no es cualquier propiedad privada sino la propiedad privada capitalista, monopolizada por la clase burguesa, que consiste en disponer de medios de producción y de apropiación del producto del trabajo ajeno. No se trata del respeto a la propiedad basada en el trabajo propio como puede ser cualquiera de los bienes que un trabajador adquiere con su salario. Ambos tipos de propiedad son opuestos. La propiedad producto del trabajo es permanentemente avasallada por la propiedad capitalista, pues el trabajador es despojado diariamente de la mayor parte del producto de su trabajo por el capitalista sólo por tener éste el derecho de hacerlo otorgado por su título de propiedad.
Además, si un trabajador se queda sin trabajo, termina “comiéndose” sus bienes y hasta su casa (en caso de haber podido adquirirla o edificarla) que, indefectiblemente, cae en las garras de sus acreedores burgueses.
La libertad de emprender con base en la propiedad privada capitalista constituye la existencia de robustas cadenas que aferran las vidas de las grandes mayorías proletarias al único destino de poder venderse a la burguesía. Mientras que para la propia burguesía, significa el poder explotar el trabajo ajeno y apropiarse de todo lo que a través del mismo se produce.
¿No era que la libertad de un individuo termina cuando empieza la libertad del otro? En lo dicho en el párrafo anterior está el tajante mentís de la repetida frase hueca. Esta aseveración es tan absurda como estúpida es la mente de la burguesía ante el rigor de la crítica a cargo de la ciencia proletaria.
Según esta ridícula frase, la sociedad estaría conformada por un conglomerado de hombres, mujeres y niños confrontados todos entre sí y cuidadosos de lesionar a su paso los intereses y el libre discernimiento del otro. Una sociedad en la que todos compiten por el espacio, el aire, la vida, los medios de vida y el transcurso de su existencia (incluido el tránsito de sus cuerpos que debería respetar apegándose a las normas vigentes de la correcta locomoción).
Siguiendo esta contradicción en sí misma, si en su movimiento normal un individuo se topa con otro, luego del cortocircuito que ello implica, deberían discernir entre ambos, por los métodos al alcance de su mano, cuál es el lugar a través del cual pueden continuar su trayecto. Eso en caso de que no hubiera un Estado burgués que ya hubiese regulado (a pesar de los críticos de las regulaciones), las prioridades correspondientes a cada uno. El problema se complica si cada quien desea apropiarse para sí dicho lugar, aunque sea por un tiempo finito. En suma, el cuidado de lesionar el interés ajeno se transforma en un deporte de lesionar los intereses ajenos. Allí se declara la guerra.
Bueno, de eso mismo se trata el concepto de la libertad burguesa. La propiedad privada capitalista con su “libertad” de emprender, se yergue frente a la clase de los proletarios (la clase que no tiene más que su fuerza de trabajo para vender a la burguesía y así procurar los medios para poder vivir), como la herramienta que somete a las mayorías laboriosas y la ata de por vida, incluida su descendencia, a la esclavitud moderna.
Simultáneamente, la propiedad privada capitalista con su libertad de emprender, dota al burgués, frente a su propia clase, de una herramienta para competir a muerte contra sus pares. El ejercicio de esta competencia, lleva a la destrucción del oponente, a la concentración propia o del otro y termina en el monopolio desde donde se ejerce la más dictatorial de las fantasías capitalistas con verdaderos ejércitos de proletarios a su servicio a quienes se explota con la más desmesurada voracidad, condenándolos al hambre, la miseria y, en parte, a la exclusión del sistema.
¿Pero por qué ocurre semejante cosa? ¿Es que la burguesía surgió con una falla moral que la hace renegar de toda enseñanza divina o enfrentada a las más puras noblezas humanas?
Marx y Engels dieron en la clave para explicar esta cuestión a partir del análisis materialista del problema. En vez de buscar en la cabeza de los seres humanos la respuesta, la buscaron y encontraron en la práctica social.
La burguesía, dueña de los medios de producción ha interpuesto, al igual que lo hicieron antes todas las otras clases dominantes que la precedieron, su modo de producción y apropiación.
Su éxito individual, siempre se erigió sobre el fracaso de sus competidores (ej.: si un producto se impone sobre otro, el primero gana mercado y el segundo lo pierde, si los productores de Brasil tienen muy buena cosecha de soja, a las cerealeras Argentinas, les va a costar meterla en los mercados, por el contrario, si los primeros afrontan catástrofes, a los segundos les va a ir mejor, y así sucesivamente). El burgués se ve a sí mismo y a todos los seres humanos como competidores o sometidos según fueran las circunstancias. Los yanquis han acuñado la expresión que define a unos y otros: exitosos y perdedores.
La propiedad privada que debe celar a la clase que trabaja para él y a sus competidores, ubica al burgués en soledad y hace que su mente, su razonamiento y su moral sean semejantes a esa práctica social. Es decir, individualista y contraria a todo concepto de libertad que no sea la libertad basada en una tendencia monopolista que, por definición, es contraria a la libertad social. Para él, el individuo está por encima de la sociedad y concibe a ésta sólo como trampolín para sus logros, por eso su concepto es de uso y no de fin y principio de su realización humana.
Por el contrario, la práctica proletaria, sobre todo la de la gran industria, en donde el ser humano no hace nada por sí solo y requiere de la cooperación de sus semejantes para producir, incluso a nivel mundial, dota al trabajador de un instinto colectivista y básicamente solidario. No obstante, el ejercicio del poder por parte de la burguesía y el dominio de sus ideas y concepciones que transmite diariamente a través de la educación pública, los medios de comunicación masivos, etc. empañan los sentidos de cooperación y solidaridad velándolos y deformándolos. A esto ayuda la competencia entre obreros impuesta por la lógica de la venta de la fuerza de trabajo al monopolio de medios de producción que ejerce la burguesía.
Pero cuando, el trabajador adquiere la consciencia de su papel social, encuentra el guante que calza perfectamente con su mano y se le aclaran las ideas en la mente que se empareja con su práctica social. Entonces logra ser libre porque comprende y puede manejar la naturaleza de su constitución humana.
Su práctica social cooperativa que trasciende su propio país (por ej.: los repuestos y partes integrantes de un automóvil son provistos desde distintas partes del mundo) es totalmente ensamblada por su modo de apropiación que no es más que su salario que, en valor, es lo que necesita para vivir. Al imponer su modo de producción y apropiación social de lo que se necesita para vivir, el proletariado en el poder, ya sin las cadenas de la explotación podrá gozar socialmente del producto de su trabajo para sí y para la sociedad. De allí la denominación de esa sociedad como socialista.
En el desarrollo de la misma todos los seres humanos habilitados por sus condiciones serán trabajadores dado lo cual se irán extinguiendo las clases pues al convertirse todos en productores no habrá diferencias de papeles en la producción y por consecuencia no habrá clases sociales.
La única libertad verdadera y sin límites tal como lo son la aspiración de la especie humana y el alcance de la producción y su ciencia, sólo puede ser alcanzada desde la cooperación para producir y la distribución social equitativa las cuales se lograrán mediante el camino que inicie la sociedad socialista que destruirá al capitalismo con la burguesía que lo sostiene con sus mentiras sobre la libertad y su realidad de esclavitud de mayorías.
No se llega a la libertad sin comprender la necesidad de esas leyes materiales por las cuales se rigen las sociedades. Por eso, en esta sociedad basada en la esclavitud de las mayorías no hay más libertad para el proletariado que la lucha en contra de las cadenas que lo fijan a los destinos de la burguesía, a su sometimiento y a la división del proletariado. La libertad proletaria no termina cuando empieza la libertad del otro, sino que se realiza con la participación del otro, porque el ser humano es social por su naturaleza.

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