La interna de la Unión Industrial Argentina (UIA) quedó expuesta en el marco de la elección de sus nuevas autoridades. El empresario Ignacio de Mendiguren (que fue dos veces presidente de la entidad) denunció haber sido vetado por el grupo Techint, que puso a Daniel Funes de Rioja (representante de las cámaras de la industria alimenticia) como presidente. Si bien las disputas interburguesas nunca son pacíficas, en este caso la sangre llegó al río y De Mendiguren salió en público a ventilar las internas.
Este empresario hoy es presidente del BICE (Banco de Intercambio y Comercio Exterior), un ente estatal que depende del Ministerio de la Producción. Por lo tanto, estamos hablando de un representante de la burguesía monopolista en un puesto estatal clave que hoy sale a romper lanzas con Techint cuando en 2002, como ministro de la Producción, fue uno de los artífices de la inmensa devaluación que terminó con la convertibilidad y la pesificación 1 a 1 de las deudas contraídas en dólares, medidas que, entre otros, benefició al grupo que comanda Paolo Rocca. Más aun, ese conglomerado trasnacional fue uno de los más beneficiados por los contratos con la Venezuela de Chávez durante el gobierno kirchnerista y de otros negocios multimillonarios. Los buenos oficios de aquel gobierno lograron que el grupo Techint consiguiera el pago de una millonaria indemnización de casi 2.000 millones de dólares por la estatización de la siderúrgica Sidor, por parte del gobierno venezolano.
Viene a cuento recordar cómo los caminos entre monopolios y Estados se entrecruzan permanentemente. Y siempre para dirimir qué sectores monopolistas son los que logran ganar la pulseada en la competencia interburguesa.
De eso mismo se trata lo que hoy sale a la luz en la UIA. El avance de Techint y las corporaciones alimenticias (ambos sectores altamente trasnacionalizados y el último ligado íntimamente al complejo agroindustrial) pone en evidencia una reconfiguración de las alianzas y de la hegemonía en ese sector de la burguesía monopolista. Puede parecer, como en otras épocas, una lucha entre sectores más ligados a la exportación contra los más atados al mercado interno. Pero en realidad esa división, ante la irrefrenable transnacionalización de la economía mundial y la diversificación de las inversiones de los capitales monopolistas, no es tal y no llega a explicar el fondo de la disputa. Lo que principalmente está en juego es qué sector monopolista, qué capitales serán los que intenten comandar la nave de la burguesía en el marco de la crisis capitalista mundial.
Es una disputa, además de económica, profundamente política. Porque en ese campo se dirimen los andariveles por los que uno u otro sector logren imponerse al resto y, de esa manera, intentar disciplinar al conjunto de la burguesía.
Estos procesos, que en otras épocas se dirimían con mayor nitidez y contundencia, hoy están atravesados por las profundas contradicciones y disputas intermonopolistas; lo que en la economía no se puede resolver, en la política mucho menos. Con esto queremos afirmar que las hegemonías, las alianzas, los pactos entre capitalistas duran cada vez menos y, por lo tanto, la unidad duradera que en otras etapas podían lograrse hoy son unidades efímeras, en las que cada uno busca por medio del arrebato la concreción de sus negocios.
Es absolutamente falso que en esa interna hoy puesta de manifiesto existan “proyectos de país” distintos en su esencia. En todo caso, los proyectos se limitan a cómo sacar la mayor ventaja en el menor tiempo posible; hace rato que la burguesía en la Argentina ha tirado a la basura cualquier proyecto “independiente”. Ni unos ni otros lo tienen ni lo tendrán porque lo que manda es la necesidad de superar la profunda crisis estructural del capitalismo y en ello no cuentan los intereses de la mayorías. Por el contrario, sobre esas mayorías cae el peso fundamental de las políticas de los Estados para que la burguesía sortee su crisis. Aquí y en el mundo.
En todo caso a lo que asistimos es a un recrudecimiento de la lucha de intereses al interior de la clase dominante, que a la vez es expresión de la profunda crisis política en la que dicha clase está sumergida. De allí que no existe posibilidad alguna que algunos de esos sectores puedan ser considerados aliados del proletariado en la lucha política, tal como quiere hacernos creer el populismo y el reformismo que, en su búsqueda incesante por encontrar a la burguesía “menos mala”, lo único que hace es retrasar la lucha revolucionaria cabalgando sobre la idea de mancomunar intereses de la clase obrera y el pueblo con los intereses de la burguesía.
Valga entonces volver a reafirmar lo que Ernesto “Che” Guevara dijera, hace ya más de medio siglo, en el Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental: “Las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo y solo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución”.