El cambio de gobierno va a profundizar el enfrentamiento en la lucha de clases.
Las premisas de ello vienen dadas no solo por la ofensiva que la burguesía se propone de manera abierta, no solo con medidas como las que ya venía llevando a cabo –disminución salarial vía inflación, exenciones impositivas a grandes empresas que profundizan el déficit fiscal presionando para que se realicen todavía más ajustes sobre el llamado “gasto social” y fomentando presiones devaluatorias, etc.- sino también en cuanto al discurso político abiertamente anticomunista.
Como ya expusimos en nuestro artículo “Nuestra posición frente al resultado electoral”, el pueblo trabajador no le dio ningún cheque en blanco al nuevo gobierno, ya que las elecciones no expresan un voto ideológico, sino la necesidad de cambio a la agobiante realidad que están sufriendo millones de proletarios, y que se ha expresado en un voto “en contra dé”.
Nadie aquí tiene un cheque en blanco, y es en definitiva la lucha de clases quien determina qué políticas puede llevar adelante o no la nueva alianza encabezada por la figura de Javier Milei.
En este sentido, los tiempos se aceleran, y lo que hasta ahora venía siendo un ajuste y una entrega de recursos disfrazada con un discurso “nacionalista”, se presenta hoy más claramente como un enfrentamiento entre clases.
Pero el resultado electoral no solo está dado por la encerrona a la que nos lleva la democracia burguesa cada cuatro años, es decir, elegir qué facción de la burguesía se hará cargo de la dominación, sino también por un período de resistencia obrera que no arranca, ni mucho menos, con el cambio de gestión, como “propone” el peronismo.
Nuestra clase se encuentra en resistencia hace más de 20 años, desde que se pasó a toda una etapa defensiva producto de la derrota global sufrida, en un marco multicausal: derrota de procesos revolucionarios durante la década de 1970, renovación de capital constante (robótica, automatización de procesos, etc.) durante la era Reagan/Tatcher, lo que implicó desplazamiento de mano de obra; apertura de China y el sudeste asiático con salarios muy bajos que desplazaron inversiones, etc. En definitiva, todo un período en el cual la clase obrera perdió importantes niveles de organización y conciencia de clase.
La resistencia no es “resistencia a Macri” o a “Milei”, es resistencia al sistema capitalista y su ofensiva económica, política e ideológica. Una resistencia que en los últimos años ha mostrado importantes signos ascendentes tanto a nivel nacional como global. Por eso, aunque no exista un movimiento obrero fuerte y con conciencia para sí, hablamos de una resistencia activa de la clase obrera.
En este marco de ascenso histórico de la resistencia obrera es que debemos caracterizar las tareas del hoy, y no en un marco meramente coyuntural de cambio de gobierno.
Por eso, los lineamientos tácticos de nuestro programa político permanecen completamente vigentes: centrar todos los esfuerzos en que la clase obrera irrumpa como clase, para lo cual es necesario conquistar mayores libertades políticas en las fábricas y centros laborales, desarrollar el ejercicio de la verdadera democracia obrera -la democracia directa, en contraposición con la democracia representativa que propone la burguesía, y que los sindicatos denominan “democracia sindical”- y desarrollar la unidad de la clase obrera y el pueblo.
No obstante, la coyuntura inserta nuevos elementos de carácter general, que es necesario precisar.
- El problema de la irrupción de la clase obrera, y de asumir una posición y conciencia de clase, aparece como un problema de primer orden. La “experiencia” progresista que vino a introducir concepciones posmodernas y desclasadas, está agotada. Los resultados del ballotage confirman una vez más que es imposible la construcción de una salida política desde concepciones policlasistas; desde la negación de la clase obrera como vanguardia del proletariado; y desde la adaptación a la ideología posmoderna, que debe ser combatida en todos sus frentes.
En este sentido, el resultado del último domingo reafirma la justeza de nuestro programa político y nos empuja a dar una lucha político-ideológica todavía más firme, donde frases como la “defensa a la democracia” y el “Estado presente” volverán a ser el ariete de carga del progresismo, ya gastado como discurso político frente al agobio del pueblo trabajador, que ve en la democracia burguesa y en el Estado, herramientas que no son de su beneficio.
Es verdad, todavía estamos lejos de que ello cristalice de manera consciente, pero sin una labor clara y decidida, y sin la construcción de partido, es imposible que ello suceda.
- El agotamiento del reformismo tradicional abre nuevas puertas al desarrollo del programa que propone nuestro partido. Nadie cree ya que los métodos superestructurales vayan a darle salida a los problemas que vivimos los trabajadores a diario ¿Cómo enfrentarán el progresismo y la izquierda hegemónica el ajuste que propone la burguesía de manera descarada? ¿Con más acuerdos por arriba? ¿Con más cortes simbólicos de la Av. 9 de Julio? ¿O apuntarán a la producción capitalista, verdadero centro del llamado “poder real”?
Solo la clase obrera y el pueblo, organizados con democracia directa –lo cual incluye medidas de acción directa- pueden darle respuesta a esta encrucijada a la cual ni el progresismo ni los grandes aparatos de izquierda están dispuestos. Y no por un problema de “voluntades” sino sencillamente por un problema de adaptación al régimen.
Por estos motivos, la construcción de agrupaciones de base, amplias, con un programa claro que coloque en primer término el desarrollo de la democracia directa (asambleas de sector, medidas de acción sin mediar autorización con las burocracias sindicales, etc.) no constituye ya una propuesta organizativa solo de carácter necesario, sino también de carácter urgente para poder afrontar el descalabro económico que se viene.
- En el campo de los DDHH es donde el discurso “liberfacho” busca desplegar una ofensiva ideológica estratégica. El terreno fértil para ello ha sido generado por el propio progresismo al vaciar el contenido mismo de la lucha por los DDHH. No sólo hicieron negocios económicos (recordemos el caso Shoklender) sino fundamentalmente políticos, pretendiendo apropiarse de una bandera de lucha de nuestro pueblo, mientras niegan las violaciones actuales a los DDHH, tanto los referidos a la explotación capitalista, como inclusive al genocidio perpetrado sobre el proletariado en la década de 1970.
Nos referimos concretamente al congelamiento de 30.000 expedientes de juicios por reparación histórica de exiliados y ex detenidos; a las negativas gubernamentales a abrir los archivos de la dictadura; a la demora en los juicios por causa de lesa humanidad; así como a dejar afuera del concepto de defensa de los DDHH a las víctimas de gatillo fácil, asesinatos laborales y persecución política en los centros laborales.
Urge refundar el movimiento de DDHH desde una perspectiva contemporánea, que retome la senda histórica de la reivindicación de las y los luchadores, del combate contra la persecución política y contra la violación sistemática de los derechos humanos que infringe el sistema de explotación capitalista.
- Por último, reafirmamos lo dicho en el artículo “Nuestra posición frente al resultado electoral”: Y si hay de algo que debemos cuidarnos es del sectarismo. Entendiendo que la desazón que transitan determinados sectores del pueblo frente a este resultado sólo podrá ser superada si ponemos en primer plano un camino de resistencia desde la acción.
Porque tanto el progresismo como la izquierda electoral van a pretender sembrar la división en el seno del pueblo trabajador para tratar de capitalizar de manera superestructural la crisis actual, cuando de lo que se trata es que la clase obrera dé un paso al frente en la lucha de clases.