¿El fin justifica los medios?


Hay una famosa y polémica frase, atribuible a Nicolás Maquiavelo -aunque existen discusiones acerca de autorías precedentes- que reza “El fin justifica los medios”. Maquiavelo, fue uno de los padres de la política moderna en el período renacentista (Siglo XVI), una época de profundas transformaciones en que el sistema feudal pasó de organizar el poder en la asamblea de notables, hacia la constitución monárquica, luego de las revueltas campesinas sucedidas a finales del Siglo XIV. En otras palabras, una burguesía que nacía como clase, y una sociedad feudal que agonizaba históricamente, lo que llevó a la nobleza a centralizar el poder político en la monarquía, para garantizar la represión sobre las clases trabajadoras.

Es decir que la frase cobró una relevancia histórica particular en un período en que una clase pujaba por llegar al poder (la burguesía) y otra luchaba por su sostenimiento (la nobleza). Así, cualquier medio se muestra apto tanto para la conquista del poder por parte de la nueva clase, por un lado, como para el sostenimiento del mismo por parte de la clase decadente, por el otro.

Ya con la burguesía en el poder la polémica frase siguió en discusión, sobre todo cuando es llevada al plano militar, acaso la cara más cruenta de la política. De ella han hecho uso hombres que van desde Hobbes, Napoleón, Stuart Mill o Churchil, por citar tan solo una variedad ocasional.

¿Es aplicable esta frase para el campo revolucionario? ¿El fin justifica los medios?

Si arrancamos este artículo por su parte histórica tiene que ver justamente con el contenido de clase que expresa. Las clases explotadoras comprenden la filosofía –y por lo tanto la lógica y todo campo del saber- de manera metafísica, estática, como si no existiese relación entre “el fin” y “los medios”, sino tan solo dos cuerpos separados.

Esto es así por dos motivos. En primer lugar, las clases opresoras tienen como objetivo hacerse con el poder, o perpetuarse en él, para asegurar la continuidad de su dominación. Para la burguesía, la revolución era necesaria para liberar las fuerzas del mercado, la libertad de propiedad, y no la humana libertad. Claro, la cosa tiene matices, puesto que la liberación de fuerzas productivas que significaba la revolución burguesa implicaba un avance para la humanidad, una revolución en el campo del conocimiento, sobre todo, de las ciencias naturales. Por eso la revolución burguesa aparecía como liberadora, pero al tratarse el capitalismo de un sistema de explotación, en lugar de liberar fuerzas productivas, la nueva clase en el poder comienza a deformar y trabar su desarrollo, en un proceso histórico que no es lineal ni de un día para el otro, pero que como proceso, resulta irrefutable -¿O acaso alguien piensa que el capitalismo contemporáneo resulta liberador, tanto en términos científicos como humanos?-.

El otro motivo, repetido en otros sistemas de clases como el esclavista o el feudal, tiene que ver con la dominación: para las clases dominantes no existen los procesos, ello implicaría aceptar la transitoriedad histórica de su existencia. Cuando el esclavismo se instaura en Grecia, los filósofos presocráticos que pensaban dialécticamente partían de la base de que la sociedad, al igual que la naturaleza, se encuentra en un proceso de permanente cambio y transformación. Ello implicaba decir que el esclavismo no siempre existió, y por lo tanto no tiene por qué ser eterno, pensamiento combatido por la clase dominante de entonces, ya que ponía en tela de juicio su derecho de existencia: Si el esclavismo no siempre existió y la sociedad se desarrolla en movimiento, entonces es posible abolirlo.

Volviendo a nuestro tema, “el fin justifica los medios” parte de esa concepción metafísica, característica de las clases opresoras que no pueden justificar en política –ni en el campo de la “ética”, como lo denomina la burguesía- los medios que aplica para sus objetivos.

Como el fin es la dominación, para garantizar la explotación, desde ya que no deben reparar en medios. Ello explica por qué la política burguesa se toma tan a la ligera las alianzas electorales, o como dijo Cristina Fernández de Kirchner “las discusiones políticas caducan a los seis meses”, porque su verdadero fin es mantener el poder en manos de la burguesía, y garantizar determinadas condiciones de explotación para los capitales que representan. Existe así una conexión evidente entre el fin y los medios.

Lo mismo sucede en el ámbito de los negocios: allí el fin no es otro más que la obtención de las máximas ganancias posibles con la menor inversión de capital. Para ello deben ganar mercados, imponerse sobre la competencia, reducir salarios, obtener el control político de Estados enteros, etc. Poco importa la humanidad de los medios, que en todo caso se someten a ese fin determinado, por su característica, carente de toda humanidad.

Por eso para el burgués no hay contradicción entre medio y fin: si para llevar a buen puerto su negocio debe cometer un genocidio, llevar a la masacre a millares de hombres y mujeres, destruir la naturaleza, explotar niños, etc., no ingresa en su cálculo ningún remordimiento, sino tan solo un aspecto económico “¿Es rentable una guerra en Ucrania o en Sudán o en Siria? ¿Cuál será el costo de un genocidio? ¿Habrá un levantamiento de masas en mi contra, que arrasará con mi capital?”

Exactamente lo mismo sucede a la hora de las alianzas capitalistas: no importa si fulano o mengano son chinos, coreanos, estadounidenses, británicos o alemanes “¿Si me junto con ellos, podré hacer buenos negocios?” Esa es la única pregunta que se hace un burgués, y ello explica por qué tejen una red de alianzas empresariales tan tupida, y al mismo tiempo tan efímera.

Por el mismo motivo, nuestro político burgués concreta acuerdos electorales hoy, que mañana deshace: Si el fin general de la política burguesa es garantizar la continuidad del régimen de explotación asalariada, a su vez cada candidato tiene un fin individual, que consiste en obtener los mayores beneficios posibles para los capitales que representa. Es la reproducción de la lógica de mercado aplicada a la política electoral. Ni más, ni menos.

En el campo de la izquierda hegemónica sucede exactamente lo mismo. No existe contradicción entre el fin de estas organizaciones, y los medios que utilizan. Si en sus campañas electorales evitan hablar de la lucha de clases, de la revolución y el sistema capitalista, del Estado y sus instituciones; si en su práctica militante recurren a la práctica de aparatos, a reproducir la democracia burguesa en lugar de luchar por la democracia obrera; a introducir el legalismo en la lucha de clases en desmedro de la acción directa; en definitiva, a rebajar los más elementales principios del marxismo en pos de crecer como aparato, eso no sucede porque los medios –es decir, la táctica- que empleen sean incorrectos de manera sistemática, sino porque expresan el contenido de un fin determinado: su incorporación al régimen parlamentario como una fuerza más dentro del sistema.

Por eso, entre el fin y los medios existe una relación dialéctica, en la que uno no se puede separar del otro. El fin de las clases opresoras, ya sean esclavistas, señores feudales o burguesías, necesariamente debe recurrir a los medios más cruentos, despiadados y faltos de humanismo: su fin es la opresión, por lo tanto, sus medios deben ser lo más deshumanizados posible.

Por el contrario, la revolución proletaria no implica el paso hacia una nueva sociedad de clases con sistema de explotación, sino a la liberación humana. La represión de clase existirá en tanto exista la burguesía, pero el fin de esa sociedad socialista es la liberación humana, por lo tanto, los medios que empleará, correrán en el campo del humanismo, aún bajo las circunstancias más inhumanas que la burguesía nos imponga.

La vara sirve como doble rasero, no solo para determinar qué es revolucionario verdaderamente, sino también para determinar qué no es revolucionario.

Cuando regímenes como el de China, o la degeneración sufrida en la URSS a partir de las purgas estalinistas; cuando esos medios represivos se manifiestan, se planifican y se implementan sistemáticamente, es porque el fin de la liberación humana ha desaparecido de la dirección de esos movimientos.

Pero volvamos ahora a nuestra situación actual. Nuestro fin revolucionario, que al mismo tiempo está compuesto por una serie de finalidades parciales, que constituyen el programa político, no está desconectado de los medios que como revolucionarios y revolucionarias nos servimos: si planteamos la construcción de una sociedad de nuevo tipo, de participación directa de la masa trabajadora en la elaboración, discusión y ejecución de las tareas; si planteamos la destrucción del Estado burgués, y por lo tanto la ruptura con sus instituciones; entonces no podemos servirnos de otro medio que no sea la democracia directa, obrera, revolucionaria; entonces no podemos decir “luchamos por esto, luchamos por este tipo de sociedad, pero pretendemos construirla sirviéndonos como medio del entrismo sindical; del delegado burócrata, administrativo del sindicato; de bajar las banderas revolucionarias por la lucha institucional; de votar al mal menor; de sostener la legalidad del sistema capitalista”.

No. El fin no justifica los medios, sino que los determina.

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