Ni con unos ni con otros: clase contra clase, sin representantes truchos ni conciliación

El capital monopolista en su conjunto, de la mano del gobierno de Milei ha redoblado el ataque decidido contra la clase obrera y el pueblo. El mismo se ha venido implementando sostenidamente gobierno tras gobierno de la mano de otras expresiones dominantes dentro del Estado monopolista.

Esta vez con decretos, leyes, ajustes, devaluaciones… cuya prerrogativa es un programa autoritario más acentuado y restrictivo de la propia democracia burguesa y de las libertades políticas, profundizando las condiciones de explotación obrera.

Esto es lo principal y fundamental.

Sin embargo, hay que decir también que las preeminencias de estas políticas expresan un marco de negocios monopolistas que llevan implícitas reglas de juego aparentemente nuevas, que golpean a otras facciones monopolistas que se amparaban en viejos modelos de reglas de juego capitalistas.

Con esto queda trastocado el escenario de negocios que se venía desenvolviendo, lo que no hace más que agudizar las condiciones de la crisis en la superestructura.

La prensa burguesa refleja de modo indisimulado el escenario de disputas, controversias, ataques y contraataques, roscas, reacomodos, idas y vueltas, aclaraciones y retrocesos, donde salta a la vista la improvisación política y la andanada de mentiras mediáticas.

Con cada noticia, en cada editorial de los diversos medios burgueses se reflejan las disputas entre las facciones monopolistas en un escenario de crisis sumamente agudo que se irá agravando.

Ventiladas por las representaciones políticas en el seno de la superestructura, el escenario de disputas involucra a todas sus expresiones. Desde el parlamento y sus bancadas hasta los diversos poderes estatales en los que están involucrados los partidos burgueses, los progresistas y la izquierda institucional, las cámaras empresarias, las diversas representaciones burocráticas sindicales y los popes de los movimientos sociales. En suma, todo el orden institucional burgués y su Estado exudan disputas sin cuartel que alimentan a los medios para ver cómo se reacomodan y readecuan a las reglas de juego que buscan imponerse, poniendo un escenario totalmente ajeno a las y los trabajadores y el pueblo oprimido.

El resultado de todo ello aun no es claro y acecha como el lobo a la oveja. Lo único que está claro es que todas estas fuerzas reaccionarias pujan por preservarse de las consecuencias de su propia crisis de descomposición. Crisis que viene asociada a la reacción política de las masas obreras y populares. No es casual que la primera preocupación de los poderes mundiales frente a la asunción de Milei haya sido el problema de la gobernabilidad.

La defensa del régimen capitalista con su pantomima de democracia y falsa representatividad democrática es el principal foco de atención de todas estas expresiones. Donde no miden en gastos y palabras en función de su defensa. Pero, al mismo tiempo, los intereses que representan estas expresiones políticas implican la lucha por preservar las cuotas de ganancias y privilegios, postergando a las masas obreras y a un pueblo cada vez más empobrecido.

Sobre la base de esta condición de disputas entre facciones monopolistas reaccionarias aparecen desde arriba, los posicionamientos políticos tendientes a conciliar y congeniar los intereses obreros y la masa de trabajadores superexplotados (asqueados de tanta pudrición) con los intereses burgueses

Asistimos a un marco de descomposición más y más agudo signado por el fracaso del sistema capitalista y por la creciente lucha de clases que da que hablar. Aunque aquí los medios ocultan todo, el mundo es una constate expresión de luchas obreras y populares día a día más masivas. En este escenario el problema de la conciliación de clases se pone en primer lugar, no sólo como un problema ideológico sino también de correlación de fuerzas frente a un enemigo que intenta sostenerse a como dé lugar, aun a expensas de su debilidad. La crisis ya no va al trote, sino que galopa.

Parados desde la premisa de la defensa del capitalismo, el aspecto central de la conciliación que está deliberándose es el de la representatividad. Desde las alturas estas supuestas representaciones políticas, y sindicales (desde el PJ, la UCR y la izquierda parlamentaria, pasando por la CGT y demás expresiones burocráticas transeras como ATE o los popes de algunos movimientos sociales al servicio del parasitario Estado de los monopolios) son las que intentan llevar la voz cantante y las que se envalentonan con discursos de barricada, o se llenan la boca hablando del pueblo para luchar… Pero a ninguno se les oye decir siquiera una palabra sobre la explotación y las formidables ganancias que extraen del trabajo asalariado del que se benefician con creces.

No quepan dudas que, en función de sus intereses, algunos de estos buitres ya marchan sobre acomodos y negociados en el telón de fondo de un ajuste descomunal seguido de más devaluación e inflación llevado adelante por el infame gobierno actual.

El fenómeno Milei (como les gusta decir) es funcional a la conciliación de clases que toda esta superestructura ha venido sosteniendo. La conciliación de clases (es decir: la falsa “buenaventura” entre trabajador explotado y capital monopolista en función de sostener la ganancia capitalista a costa del trabajo ajeno explotado y alienado) tiene por consecuencia salarios cada vez más bajos, empobrecimiento generalizado de los trabajadores, incapacidad para decidir como fuerza productora de toda la riqueza existente las condiciones económicas y políticas de su propia vida. Hace posible que los “representantes” (es decir: los conciliadores) negocien por las y los trabajadores las ventajas para las patronales poniendo paños fríos y frenando cualquier intento de reacción y de lucha en cada fabrica y lugar de trabajo.

Llevado al plano nacional implica darles entidad política a acuerdos por arriba de espaldas a las masas trabajadoras. Implica convencer ideológicamente que la colaboración entre explotadores y explotados (las dos clases antagónicas y enemigas con intereses y necesidades totalmente contrapuestos) es beneficiosa para ambas clases.

La realidad no solo desnuda que esto es mentira, sino que los únicos beneficiados con la conciliación de clases son los monopolios y sus representantes.

El DNU de Milei con las reformas laborales a cuestas es la exacerbación de estas condiciones de explotación laboral. Pero, con los conciliadores, dicha explotación se lleva adelante con el aval del parasitismo parlamentario y sindical mientras que con el DNU de Milei se intenta ahorrar los costos de este parasitismo, una ecuación siniestra que juega con la vida de millones.

Las ventajas que los monopolios han impuesto a lo largo de estos últimos años se llevan puesto la legislación laboral.

La cuantiosa cantidad de injusticias impulsadas por la burguesía monopolista en cada gobierno se llevan puesto los derechos adquiridos, los salarios, las libertades políticas y la libertad de acción de los trabajadores.

Esto no es una novedad. En estas mismas páginas y en otros tantos medios de base se cuentan por miles las denuncias por tales situaciones. También se cuentan innumerables luchas y enfrentamientos frente a semejantes atropellos.

El marco de opresión laboral es la razón de ser del régimen capitalista más aun en el marco de crisis actual, donde la preservación de la ganancia es una condición de existencia de los capitales monopolistas. Por lo tanto, la lucha de la clase obrera no es contra uno u otro explotador según su discurso diferente, sino contra todos los explotadores y sus representantes oficiales de unas u otras expresiones burguesas.

Consignas como “que se vaya Milei” o “la defensa de la patria” o “la patria no se vende”, quedan como frases huecas sin fundamento. Son pura formalidad como todo lo que hacen los partidos de la conciliación y el engaño. Las producciones industriales, los recursos naturales, las ventajas impositivas y cambiarias, el ninguneo a las leyes laborales, el sistema de atención médica, las jubilaciones (es decir: la base de sustentación de este sistema explotador) está dominado por el capital monopolista.

Cuanto más avanza la crisis más se pelean arriba por dominarlos a costa de más ataques desenfrenado de las condiciones de trabajo y de vida.

Ellos están en crisis y se matan entre sí. La clase obrera debe ver que es el momento de mirar su propia condición de clase y no esperar nada nuevo de los de arriba sino, de conformar fuerzas obreras independientes de toda esta putrefacta clase parasitaria.

Tal es la condición indispensable para romper con toda esta maquinaria de explotación de un régimen social que no da para más.

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